Por Eco. José Linares Gallo
Sin pena y sin gloria, hoy día celebramos un nuevo “día mundial del trabajo”. De hecho llamarlo “día del trabajo” en lugar de “día internacional del trabajador” le resta las luces que otrora acompañaba a esta celebración. Tal como el día de la mujer o el día de la madre o el del niño, esta celebración estaba originalmente dedicada a enaltecer la condición del sujeto y no a la función. La mezquindad queda en evidencia si acaso decidiéramos celebrar el “día de la maternidad” en lugar del “día de la madre” o el “día de la infancia” en lugar del “día del niño”.
Por lo demás la celebración de este nuevo “día del trabajador” tal vez no alcance a muchos de los millones de trabajadores que hoy pueblan las micros y pequeñas empresas de todo el país en el sector urbano así como tampoco será día de descanso para los millones de trabajadores (y propietarios a la vez) de las más de dos millones de unidades agropecuarias distribuidas en el sector rural. Desprovistos todos estos trabajadores de los beneficios sociales que solo pueden brindar las medianas y pequeñas empresas, se hace cada vez más necesario para ellos seguir la prescripción de San Agustín: “Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti.”
Y estando librados a su suerte así nada menos que el 60% de trabajadores del Perú, no es nada extraño que siga siendo solo un caro anhelo la construcción del Perú como nación, o que destaquemos en el mundo por nuestra bajísima confianza inter – personal, o que nos resulte tan difícil la construcción de consensos, o que la continuidad de nuestras políticas y de los que se encargan de ellas, sea una misión casi imposible, incluida la educativa, por supuesto.
Un nuevo día del trabajador debería no solo ser una oportunidad para homenajear a los mártires de Chicago, o a quienes anónimamente han hecho lo propio en sus respectivos países, sino también y principalmente para reflexionar cuan cerca o cuán lejos está nuestro país de proporcionar oportunidades de empleo digno para la mayoría de peruanos. Y bajo esta perspectiva, sería oportuno preguntarnos entonces si acaso el modelo de desarrollo al que estamos apostando los peruanos en las últimas décadas nos enrumbará a ese deseable escenario.
Hoy día que la minería parece ser la nueva línea divisoria que distingue de un lado entre peruanos que la defienden a rajatabla y del otro lado a peruanos que la aceptan a pie juntillas, valdría la pena saber “que nos da” y “que nos quita” la minería. No solo en una mirada de corto plazo porque es muy obvio que el Estado peruano no puede darse el lujo de dejar de alentarla so pena de desequilibrios fiscales inmediatos, sino en términos de mediano y largo plazo. Es decir cuando la minería finalmente se agote o cuando deje de producir por la caída de los precios o cuando sea sustituida por nuevos materiales y tecnología o cuando aún vigente, la población peruana haya crecido tanto que los ingresos por exportaciones mineras sean insuficientes y hasta marginales frente a nuestro presupuesto de necesidades sociales que es justamente lo que se invoca para no ponerle cortapisas.
Siendo así las cosas lo sabio es mirar a nuestro alrededor y preguntarnos si algún país en los nuevos tiempos ha sido capaz de surgir al desarrollo apostando a un sector que justamente lo que menos brinda, son puestos de trabajo. No solo porque la tecnología sustituye de manera intensiva la mano de obra, sino por el hecho que la minería no genera eslabonamientos suficientes con el resto de la economía como para amplificar la oferta de empleos significativamente. Pero además porque si no se tiene cuidados extremos echa a perder el negocio de terceros (agricultura, por ejemplo) y en este tema hay que ser muy puntillosos porque la corrupción, lamentablemente tan prospera en nuestros país, no garantiza neutralidad para quienes podrían ser afectados en el corto plazo y mucho menos teme a las nuevas generaciones que en el largo plazo serán las que paguen los platos rotos.
En este contexto he escogido este primero de Mayo del 2015 para presentar mi página web “Construyamos juntos un plan de desarrollo”. Sirva este día entonces y a partir de hoy no para darnos solo un apretón de manos o una palmadita en la espalda, sino para preguntarnos que estamos haciendo cada uno de nosotros desde nuestra propia circunstancia para generar empleos dignos y seguros.