Por. Eco. José Linares Gallo
Ad portas de un cambio de gobierno, es casi una tradición que la prensa dirija sus reflectores en exclusiva tanto al potencial ministro de Economía como al Primer Ministro. Ambos, más allá de lo que la Constitución diga o la sensatez aconseje, han devenido históricamente en el núcleo del poder y de las decisiones en el Perú.
En otras latitudes las expectativas son mucho más matizadas y suele ocurrir que la comunidad y los medios de comunicación muestren también interés por el Ministro de Educación. Puede ocurrir incluso que el jefe de este despacho devenga en Presidente, tal como fue el caso de Ricardo Lagos en Chile.
En el Perú, los ministros de Educación, a nivel de gabinete (con contadas excepciones), reflejan la misma subestima social que vuelca la sociedad peruana hacia la profesión docente. Pareciera entonces que el dramático deterioro de nuestra educación les pasara por igual la factura. De manera que cada vez parecieran haber menos incentivos para que los talentos en el sector público o privado del Perú aspiren a ser reclutados por los sucesivos gobernantes.
Pero el ascenso de un nuevo gobierno siempre da chance a dar un golpe de timón. Siempre que se den las señales adecuadas. Por supuesto.
En consecuencia, conversar sobre las características profesionales y personales deseables en un ministro de Educación, resulta ser de lo más oportuno y pertinente ante el inminente cambio de gobierno. Para empezar esta tarea, tal vez lo más recomendable sea hablar de las macro competencias de las cuales debería estar provisto este alto funcionario.
Empezaré por opinar que el designado en la cartera de Educación debería estar tan o más equipado académica, tecnológica, política y gerencialmente que el ministro de Economía, el Premier y el propio Presidente, de manera que pueda romper o compartir el núcleo de poder en torno a éste último y solo así viabilizar y liderar la reforma profunda que pide el país a gritos.
Debe tener, por supuesto, conocimiento del sector, pero sobretodo ser lo suficientemente creativo y asertivo como para no seguir insistiendo en políticas públicas que en lugar de ser la solución son parte del problema. Y a la vez, que esté tan dispuesto al cambio que por ejemplo explore y considere las rutas seguidas por varios países asiáticos tras haber incorporado a especialistas con manejo en tecnología en las aulas dando fin a la hegemonía educativa que hoy se ha desplazado desde Finlandia a doce países Asiáticos.
El ministro de Educación debería ser además lo suficientemente joven, analítico y empático como para comprender la forma cómo piensan y aprenden los niños y jóvenes que son hoy Nativos Digitales. Parafraseando a Peter Eio, necesitaríamos a un ministro que tenga muy en claro que por primera vez en la historia de la humanidad, una nueva generación está capacitada para utilizar la tecnología mejor que sus padres, sus docentes y muchos de sus líderes.
A este respecto Robertson, en un artículo revelador, mencionaba el 2009 que cualquier celular que operaba un adolescente disponía de centenares de veces más capacidad de procesamiento que la de las dos computadoras que llevaron a la Luna a la nave Apolo XI. A la par con esta suerte de “equipaje tecnológico de mano” las nuevas generaciones van progresivamente desarrollando la capacidad de realizar varias tareas a la vez, algo que tarde o temprano tendrá que reflejarse en el proceso de enseñanza – aprendizaje, y de esta manera la creciente población juvenil disponga de capacidades laborales que le permita afrontar exitosamente el mercado de trabajo.
Siendo así, la tercera macro competencia que sería deseable en nuestro nuevo ministro de Educación es que su ocupación o profesión esté vinculada a la ciencia y tecnología. Un ingeniero, aunque sería condición necesaria, no sería suficiente si acaso careciera justamente del “ingenio” necesario para responder a las demandas de la Era Digital.
Un amigo cercano al cual le confiaba estas mismas reflexiones me preguntaba incrédulo si acaso este profesional existía en el Perú y yo no tengo la menor duda que exista. Pero para ello es necesario que, antes del cambio de gobierno, se tome suficiente tiempo para identificarlo. Ocho millones de escolares y más del doble de padres de familia se lo agradecerán.