José Linares

La prueba PISA desarrollada por la OCDE desde hace más de dos décadas, viene evaluando el aprendizaje obtenido en las aulas escolares por los jóvenes de 15 años, en las materias de matemática, comunicación y ciencias. Y recién, en octubre de este año, a la prueba se incluirá capacidades ligadas a la ciencia de la computación, incluido el pensamiento computacional, que implica entender cómo la computadora procesa y cómo se debe trabajar con ella para alcanzar soluciones.

Los principios básicos del pensamiento computacional son los mismos para niños pequeños que para niños mayores y adolescentes: lo que varía es la complejidad de los problemas que pueden resolver y sus interacciones con las herramientas digitales. Los niños de 6 años y menores pueden dominar ideas y hábitos mentales relacionados con el pensamiento computacional, por ejemplo, ordenar pasos en una secuencia (algoritmos), desglosar una tarea grande (modularidad), tomar decisiones basadas en condiciones (estructuras de control), utilizando símbolos de letras y números.

La última prueba PISA realizada fue la del 2018, donde los 6 primeros puestos fueron orientales, con China a la cabeza, con 300 millones de alumnos y 20 millones de profesores; Perú ocupó el puesto 64 de 77 países.

Actualmente los niños desde muy pequeños disponen de ciertas habilidades digitales que se consolidan al utilizar, desde el hogar, el smartphone para la comunicación familiar y acceder a los videojuegos desde muy temprana edad.

El mundo está en permanente cambio, producto de la Era Digital y de la globalización, donde la programación se considera la extensión de la escritura, y los inventos, al mismo tiempo, pueden ser comprados en cualquier parte del mundo (aunque no todos disponen de los medios).

De esta manera los niños pequeños, y los jóvenes y adultos que solo hablen lenguas orales como el quechua, usando las mismas tecnologías, pueden comenzar a programar sin la necesidad de saber leer ni escribir.

Una reciente encuesta realizada por la OCDE a 32 países dice que el cierre de las escuelas por la covid-19 ha tenido un impacto devastador en el bienestar cognitivo, social y emocional de muchos niños.

La pérdida de aprendizaje en sí misma genera consecuencias a largo plazo para cada persona y la sociedad en su conjunto: menores oportunidades laborales y menores ingresos para individuos y menor productividad para la economía. Se espera que Brasil pierda más de US$ 8 billones en ingresos nacionales durante la vida laboral de los estudiantes afectados; México, US$ 5.2 billones, Costa Rica, cerca de US$ 200 mil millones; y, según el investigador Pablo Lavado de la Universidad del Pacífico, para el Perú la cifra de S/ 645,177 millones de soles (US$$ 165 mil millones), lo que equivale a una pérdida de S/78,991 durante la vida laboral de cada estudiante afectado.

Los efectos desiguales de covid-19 también se manifestaron dentro de los países: los niños de los entornos más ricos generalmente pudieron abrirse camino a través de las puertas cerradas de la escuela hacia oportunidades alternativas de aprendizaje, con el apoyo de sus padres. Cuando las escuelas cerraron, tenían más medios para aprender de forma independiente, mientras que los estudiantes de entornos desfavorecidos, con poca conectividad y medios informáticos, simplemente permanecieron fuera de la escuela. Más aún, gran parte dejó de recibir desayunos y almuerzos nutritivos.

Esto llevó a los países a innovar en sus enfoques para el aprendizaje. Muchos seguirán ofreciendo plataformas en línea, ya sea como apoyo complementario o como una forma alternativa válida de impartir educación. Incluso los teléfonos móviles están aquí para quedarse por lo menos en 15 países (recordemos que el uso del smartphone conectado con internet ha permitido al Asia disponer hoy de la mejor educación del mundo).

La OCDE nos dice que la educación no requiere solo reconstruir mejor lo que ya había, sino avanzar de manera diferente con el poder de la colaboración global, que no es otra que la digitalización de la educación, donde hay la posibilidad de compartir, digitalmente, medios de alta calidad que son válidos para cualquier proceso educativo en cualquier parte del mundo.

Por ECO. José Linares Gallo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *