En mayo de 2021, el Tesoro del Reino Unido (Ministerio de Economía y Finanzas) lanzó el Informe Dasgupta, “Economía de la Biodiversidad”, un informe mundial independiente, realizado por Sir Partha Dasgupta (profesor del London School of Economic, y de la Universidad de Stanford, y candidato al premio Nobel de Economía) sobre la importancia de la biodiversidad para las economías y la prosperidad en el futuro. Es de destacar que fue una preocupación del Ministerio de Economía y no del Ministerio del Ambiente, porque se buscaba incorporar a la naturaleza en el análisis económico.
Este informe señala que la biodiversidad es importante cuando hablamos de sostenibilidad y de economía, porque significa la diversidad de la vida, y la interacción entre cómo los organismos de esa diversidad interactúan para crear todos los bienes y servicios que la naturaleza entrega en el proceso económico.
El Informe presenta tres argumentos poderosos.
Primero: ver a la naturaleza como un activo, así como las personas y el capital producido son activos. Advierte que, si bien concordamos en invertir en las áreas de infraestructura y salud, seguimos invirtiendo poco en la naturaleza. De hecho, estamos agotando ecosistemas vitales, que nos brindan alimentos, agua, madera y combustibles, y regulan el clima, el aire y el suelo.
Segundo: existe un desequilibrio entre nuestras demandas y el suministro de la naturaleza. Para mantener nuestros activos naturales y evitar la degradación neta, nuestras demandas deben ser inferiores a la capacidad de la naturaleza para regenerarse y suministrar los bienes y servicios de los que dependemos.
Tercero: debemos reconocer que nuestras economías están integradas en la naturaleza, pues los servicios proporcionados por la naturaleza son un insumo indispensable para la actividad económica, sin embargo, nunca se contabiliza.
El informe plantea el concepto de “Riqueza Inclusiva”, donde sostiene la idea de que el Producto Bruto Interno (PBI) es un flujo, pero la naturaleza es un valor. Esto significa realmente incluir en la estructura de bienes, no solo el capital económico y humano, sino además el capital natural. Todas las sociedades tienen nociones del valor intrínseco de la naturaleza, pero hay que valorarla (a precios de mercado), contabilizarla como activos y evaluarla, como parte de la riqueza de un país.
La inclusión de capital natural permite analizar la sostenibilidad de las tasas actuales de crecimiento económico. A medida que las personas producen PBI, extraen recursos de la naturaleza y le devuelven los desechos. Si esta extracción y sus desechos exceden la capacidad de la naturaleza para repararse, el stock de capital natural se reduce y con él, el flujo de valiosos servicios de la naturaleza.
Entre 1992 y 2014, según un informe publicado por la ONU, el valor del capital producido (como máquinas y edificios) casi se duplicó y el del capital humano (trabajadores y sus habilidades) aumentó en un 13%, mientras que el valor estimado del capital natural disminuyó en casi un 40%. Mientras, a nivel mundial, los gobiernos canalizan aproximadamente US $500 mil millones al año en proyectos que son potencialmente dañinos para la biodiversidad.
Perú es uno de los principales centros mundiales de origen y diversificación de especies de importancia para la alimentación y la economía globales, considerando que tiene 84 de las 117 zonas de vida del planeta y 28 de los 32 climas del mundo. Cerca del 65% de su agricultura y buena parte de su gastronomía (que mueve el 9.5% de su PBI) depende de recursos nativos.
Según el Ministerio del Ambiente, en Perú, los recursos de la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas contribuyen con casi el 20% del PBI; unas 2.2 millones de familias rurales del país, distribuidas en comunidades campesinas e indígenas, dependen en gran medida de estos bienes y servicios para subsistir. Para este sector de la población, la puesta en valor de los recursos de la biodiversidad y servicios de los ecosistemas, constituyen la mejor oportunidad para salir de la pobreza y asegurar nutrición y salud.
Por ECO. José Linares Gallo