Por Eco. José Linares Gallo
Al abordar este tema, es bueno partir de aquella corrosiva frase de Groucho Marx que define a la política como “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios”. Aunque esto tal vez puede aplicarse a algunos políticos, no es bueno generalizar todos los casos. De hecho, las generalizaciones solo aplican en los fenómenos naturales y en la formalidad de la matemática. No tanto así en el comportamiento humano, ya sea individual o social.
Pero definir a un político, que es el propósito de este artículo, y aún más, definir lo que es un político en el Perú, demanda que entendamos previamente lo que es la política.Algo que no es tan fácil para un concepto que como la democracia, la justicia y la libertad ha ido transmutando con el tiempo.
El término “política” proviene del latín politicus y este, a su vez, del griego politiká, un derivado de polis que refiere a lo público, y de politikós, que alude a la ciudad y a los asuntos del ciudadano. El concepto era apropiado para el momento en que fue acuñado el término. A partir de Maquiavelo y más tarde con Max Weber y Maurice Duverger, la política comienza a entenderse como el ejercicio del poder en un contexto de intereses diversos.
En ese contexto, los políticos deberían ser los representantes de esos intereses, y a la vez, quienes en virtud del arte de la negociación logren consensos para la sociedad. La política, entonces, recién podría ser considerada con mucha justicia como rama de la moral, tal como se la enseñoreaba en tiempos de Aristóteles. El consenso es, por lo tanto, el primer resultado de la política.
Y esto aplica tanto para la micropolítica de uniones vecinales, clubes de madres y hasta de la propia familia; opera para el caso de la mesopolítica de sindicatos, gremios, asociaciones; así como para la macropolítica, que se encarga de gobiernos y legislaturas locales, intermedias y centrales. En cada nivel político la construcción de consensos y la toma de decisiones se hace cada vez más compleja y requiere más habilidades técnicas y sociales de quien la ejerce.
De hecho, yo mismo he pasado por cada uno de estos niveles de política. Y, tal como casi todos mis lectores, he tenido que negociar con mis padres, esposa e hijos en el ámbito familiar y con mis vecinos para tomar acciones, por ejemplo, frente a municipios indolentes. Toda esta experticia la obtuve desde muy joven. A los 26 años de edad me tocó conducir uno de los organismos sindicales más importantes del país: la Federación Nacional de Trabajadores Petroleros del Perú. Esto me brindó la oportunidad de conocer a muchos líderes sindicales de la región; y entre ellos a Lula da Silva, entonces presidente de la Federación Metalúrgica de Sao Paulo, luego fundador del Partido de Trabajadores y posteriormente dos veces presidente de Brasil.
Eran tiempos aquellos en los que el tránsito de la mesopolítica a la macropolítica era usual en la región.
En el Perú sucedía lo mismo y los partidos apreciaban esta representatividad gremial. De hecho, cuando ejercí sucesivamente los cargos de diputado y dos veces la de senador de la República, mi profesión de economista fue determinante para tener éxito en la elaboración y promulgación de la Ley de Comercio Exterior, así como la de Actividad Empresarial del Estado. Paralelamente, mis habilidades en la negociación ya estaban gestadas desde mi vida sindical y me habilitaron para conducir las extensas mesas pobladas por senadores y profesionales de alto nivel de los sectores públicos y privado, así como de gremios empresariales.
Concurrente a dicha labor, como resultado de mi temprano apego a la tecnología de la información, ejecuté la modernización del Senado y, entre sus resultados, la mecanización del diario de debates, que permitía a los legisladores contar con las deliberaciones en término de tres días lo que antes duraba años.
Y mantuve, por supuesto, mi interés en la construcción de consensos a nivel social, proponiendo y ejecutando proyectos con apoyo de las Naciones Unidas y la Organización Mundial del Trabajo. Sé, por lo tanto, que la construcción del consenso no es solo un tema de voluntad, sino que tal propósito es casi imposible de lograr sin conocimiento profundo de la realidad donde se opera.