Por Eco. José Linares Gallo
El uso de la ciencia y de la tecnología es –o debería ser– parte del equipamiento básico que acompaña al político contemporáneo. Más si se trata de intervenir una realidad tan compleja como la nuestra. Por ello comparto aquel “decir” que sanciona que la política es la “ciencia de resultados”.
A partir de esa frase puede construirse un rasero de desempeño político que permita a los electores sustituir las anteojeras emocionales (con las que toman decisiones electorales) por otra donde los frutos sean los que valen.
El elector, tomando lo político y lo técnico como criterio y como binomio inseparable, devendría entonces en una suerte de cernidor social que selecciona con mayor sensatez, aunque con matices, según el aspecto que prefiera privilegiar. Por ejemplo, podría priorizar lo político sobre lo técnico o alternativamente lo técnico sobre lo político. Acentos y matices que dependerán, por supuesto, del sector social o profesional de donde provenga el candidato y de esta manera nuestras legislaturas locales, regionales y congresales tendrían mucho más probabilidad de estar pobladas por políticos-técnicos.
Hay casos notables como el de los senadores Luis Felipe de las Casas en el APRA, Carlos Malpica en la izquierda, y de Alberto Ulloa en la centro derecha; así como también por técnicos-políticos que como los exsenadores César Delgado Barreto y Enrique Bernales Ballesteros, aun con perfiles marcadamente académicos, encontraban propicia la Cámara Alta para debatir alturadamente los asuntos públicos.
Lo mismo sucedía en la Cámara de Diputados con muchos representantes que destacaban en sus respectivas profesiones y que lucían, como era de esperar, a la espera de cumplir con los requisitos etarios constitucionales (35 años mínimo) para pasar al Senado.
Con la unicameralidad, el Parlamento peruano ha ido perdiendo paulatinamente su capacidad de convocar técnicos, tal vez porque el actual Congreso es una amenaza que se cierne sobre los prestigios personales o tal vez porque de antemano presumimos que nos es campo fértil para las ideas ni las deliberaciones alturadas.
De esta manera, quienes nos sentimos o nos autorreferenciamos como políticostécnicos o como técnicospolíticos hemos decidido someter nuestra naturaleza política a un estado de hibernación consciente y fortalecer nuestro propósito de influir en las decisiones de Estado –aunque de manera indirecta– poniendo al servicio de la comunidad ideas y conocimientos, aspirando con ello a formar corrientes de opinión técnica que mejoren la performance del Estado.